02 diciembre 2006

Globalización, nacionalismo e islamismo.

En el mundo de hoy se producen dos hechos que en principio parecen contradictorios pero que forman un indisociable cuadro de conjunto. Por un lado aparece con renovada fuerza una aceptación bastante generalizada de la universalidad de los derechos de todo hombre en cuanto que perteneciente al género humano y que propone como en el siglo XVIII una fundamentación “ ius naturalista” de la libertad ( P. Barcellona ). Esta universalidad de los derechos del hombre tiene una plasmación clara en la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU, universalidad que alcanza a todo el planeta a través del proceso de globalización que permite con las nuevas tecnologías difundir ideas que impregnan de alguna manera a todas las culturas. La defensa de los derechos humanos frente a cualquier gobierno despótico es algo que en el mundo de hoy aparece universalmente aceptado, con las resistencias lógicas en personas y mentalidades que pertenecen a la modernidad: el hombre postmoderno acepta por igual que se persiga internacionalmente a Pinochet que a Milosevic; el hombre moderno vemos que sólo acepta que se persiga a uno de los dos. Los romanos aceptan que se bombardee la Yugoslavia de Milosevic, pero les parece absurdo que Pinochet esté detenido en Londres a la espera de ser extraditado a España, mientras que los cartagineses aplauden la detención de Pinochet para que pague sus crímenes contra la humanidad, mientras consideran los bombardeos a Yugoslavia como la más descarada manifestación del imperialismo americano.
El segundo hecho, en principio contradictorio con el anterior es el resurgimiento con inusitada fuerza del nacionalismo étnico. Para algunos este resurgimiento responde a la necesidad de los seres humanos de una “ identidad en un mundo amenazado por una creciente homogeneización” ( M. Guibernau ). Esta identidad adopta diferentes formas:
a) Puede ser una identidad nacional, lo que constituye una reedición de los nacionalismos étnicos del siglo XIX con una fuerza renovada y probablemente más excluyentes que entonces. Según M. Guibernau en el mundo de hoy que rechaza los tradicionales paradigmas de la modernidad, en el mundo de la duda, “ la tradición adquiere una importancia nueva”. Esta tradición puede ser inventada y a menudo lo es, pero eso es lo menos importante con tal de que la tradición o la identidad nacional inventadas sean plausibles y respondan a las actuales necesidades de una nueva identidad nacional. Algunos autores plantean que esta nueva oleada del nacionalismo desafía a la globalización, es una resistencia cultural, reivindica la diferencia cultural basada en la etnicidad. Pero curiosamente en muchos casos aparece la defensa de la identidad étnica cuando los rasgos que la definen han desaparecido o están a punto de desaparecer. Por ello hay que buscar otras explicaciones, sin duda relacionadas con las transformaciones que se están produciendo en el mundo de hoy y que tienen que ver con lo que se ha dado en llamar la globalización.
Otras explicaciones como la que apunta Anthony D. Smith en el sentido de que el nacionalismo étnico ofrece un vehículo a las aspiraciones y la movilidad ascendente de muchas personas. No olvidemos tampoco que en el mundo de la globalización los actores principales siguen siendo los Estados-nación, incluso en las estructuras supranacionales como la Unión Europea. Puede ocurrir que una comunidad no se sienta bien representada o defendida por su Estado-nación y decida romper con su antigua identidad nacional para adoptar otra o inventarla. Como dice J.Dunn las poblaciones tienen un nacionalismo económico intuitivo que las lleva a la “búsqueda de una escala para la comunidad intuitivamente más plausible” y por lo tanto si a uno no le gusta su Estado-nación, la alternativa a nivel político es hacer uno nuevo. Si pensamos que en el mundo de la globalización uno de los principales papeles que ejerce el Estado-nacional es crear las condiciones favorables para atraer inversiones y crear empleo encontraremos más lógica esa carrera por “inventar” nuevas identidades nacionales.
b) Una segunda respuesta al proceso de globalización tendría sus raíces en el Tercer Mundo y su nombre es fundamentalismo islámico. La explicación más aceptada del fenómeno es la que expresa M. Guibernau ( “Los nacionalismos” Barcelona Ariel 1996 ). Según esta autora la globalización que ha nacido en occidente y que supone una homogeneización cultural en valores, ideas, estilos de vida y tecnología occidentales. Esto ha acabado con las formas de vida y pensamiento tradicionales de muchas partes del mundo lo que ha llevado a muchos hombres y mujeres a la necesidad de buscar valores sobre los que organizar sus vidas. En este sentido el fundamentalismo islámico sería un rechazo a la occidentalización producto de la globalización, pero al mismo tiempo aprovecha la tecnología occidental para producir y difundir su mensaje, ya que sin la globalización hubiera sido difícil movilizar a miembros de un grupo particular que no habitan en el mismo espacio.
Pero hay otros factores que explican el fundamentalismo islámico que coinciden en el tiempo con la globalización, pero que tienen que ver poco con ella directamente. No olvidemos que el Tercer Mundo es hijo de la colonización y que la descolonización que se produce sobre todo a partir de 1945 coincide en el tiempo con un gran prestigio de los metarrelatos liberadores. Frente a las potencias coloniales capitalistas, casi todos los movimientos descolonizadores se vieron influidos en mayor o menor medida por el socialismo que podía servir de modelo de desarrollo para los nuevos estados independientes, en el fondo el estatismo que había servido a Rusia a partir de 1917. El hundimiento de la URSS en 1990 y el neocolonialismo han dejado a esos estados y a sus poblaciones huérfanos de ideología y sin esperanzas de salir de la pobreza agravada por el crecimiento demográfico que se produce en esos países que conduce a millones de personas a la desesperación, a jugarse la vida por llegar a trabajar en un país rico. Que en esta situación se hayan vuelto a su religión tradicional, el islán, no parece sorprendente: “ los valores culturales y religiosos que defiende el fundamentalismo islámico regulan firmemente la vida cotidiana de sus seguidores, a quienes permiten la restauración de un sentido de la identidad y dignidad que emana de su propia cultura” ( M. Guibernau ).
A modo de conclusión podemos decir que integrismo islámico y nacionalismo tienen en común el rechazo al universalismo de los derechos del hombre, el nacionalismo al reivindicar la primacía de los derechos colectivos de los pueblos frente a los derechos de los individuos invocando la tradición y el integrismo al rechazar estos principios en cuanto que chocan con su única guía: El Corán.